lunes, 20 de octubre de 2014

El naturalismo de Tarkovsky.

"El tiempo sellado".

Es agradable leer a Tarkovsky hablar en términos de análisis cinematográfico. Su clarividencia y posición afianzada hace que nos resulte fácil comprender la perspectiva de la creatividad cinematográfica. Si somos capaces de comprender el peso que la concepción del tiempo tiene sobre nuestra existencia, entonces, y sólo entonces, podremos ser capaces de traducir nuestra verdad particular en una obra cinematográfica. Es a través de los cambios en la materia, el cambio de posición o los cambios de estado de ánimo de los personajes, a través de lo que somos capaces de reconstruir un pasado que, aunque no está, sí ha dejado su huella, y a través de esa huella leemos la historia.
Otro elemento a tener en cuenta es la transmisión de cualidades físicas no visibles, tales como un aroma, una textura, el tacto de otro ser vivo sobre nuestro cuerpo. Si esto se trabaja a través del guión, es mucho más fácil para el director llevarlo a escena, ayudando incluso a concebir la expresión y gestualidad de los personajes. Y es que la empatía del director con estos, es tan importante como todo lo demás. Si esto sucede, los gestos, la manera de andar, y en general la experiencia de la escena será más cercana aún a la realidad, y por lo tanto al espectador. Todos estos elementos han de ser cuidadosamente dispuestos temporalmente, el orden adecuado de los acontecimientos es esencial, dado que nos manejamos en términos de temporalidad, de lo contrario, pudiera ser que el espectador se desoriente y quede descolgado de lo que el director desea transmitir.

Según Tarkovsky, alguien que va al cine, lo hace en busca de experiencia de vida. Por lo tanto, el trascurso y manifestación de los acontecimientos ha de mostrarse tal y como lo observamos en la naturaleza, sin necesidad de invenciones, y de este modo el espectador se acerca más a una experiencia más real, y por lo tanto, llegará más directamente a su emocionalidad e intelectualidad.  

“El tiempo sellado”. (Capítulo de la obra “Esculpir en el tiempo” de Andréi Tarkovsky.)

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